miércoles, 19 de junio de 2013

Mi primera y última vez en las aulas

En esta oportunidad, queremos acercarles un hermoso texto del maestro, pedagogo, psicólogo Jesús Garrido Landívar que nos invita a reflexionar sobre nuestra práctica como educadores. ¿Qué dejamos y que nos deja esta hermosa experiencia que lleva toda la vida?


Mi primera y última vez en las aulas
"Al iniciarse el mes de septiembre de estos últimos años he comenzado a recordar que mi ciclo laboral
como docente se está completando. En un principio creí que llegaría antes. Ya he cumplido los setenta años.
Pero la universidad en la que trabajo decidió que podía continuar bajo la figura de profesor emérito. De
cualquier forma, soy consciente de que pronto llegaré a la línea que trazará mi último año en las aulas.
Esta realidad me pone ante una nueva situación en mi vida. Sé que estos días que voy recorriendo se
sucederán en fechas próximas de diferente manera. No regentaré un aula. Ese espacio sencillo pero lleno de
riqueza con 50, 60 o 70 o más alumnos, rebosantes de juventud, que te miran, te escuchan, te plantean temas y objeciones y que, a veces, te ponen zancadillas para “cazarte” o ponerte en ridículo, será un nido bullicioso de recuerdos.
Entre los muchos y variados recuerdos que acuden a mi mente en esta circunstancia están los de mi primer curso en las aulas. Entré por primera vez en un aula con niños de nueve años. Se preparaban para el ingreso al bachillerato.Estábamos en 1953. Era el tiempo del franquismo, de la larga postguerra. El tiempo que describe José Luis Garci en su película Tiovivo. El título que encabeza este escrito hace referencia a las dos circunstancias de mi entrada en las aulas como docente: la primera a los 19 años, como maestro, y la segunda, ahora, a los setenta como profesor de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Durante mucho tiempo he vivido, siempre con intensidad, los diversos niveles del sistema educativo: el parvulario, la enseñanza primaria, el bachillerato elemental y superior y, por último la universidad.
Entre las ideas que han guiado y guían mi conducta, hay una que hace muchos años me acompaña, es la
que expresó el poeta premio Nobel Rabindranath Tagore. Él deseaba “pasar por los caminos de su vida como la primera vez”. Y creo que esta idea puede servir a los profesionales de cualquier oficio para luchar contra la rutina que fácilmente se apodera y vacía de ideales nuestro trabajo, e impide que progresemos en la mejora de las estrategias que enriquecerían nuestra labor. La fuerza con la que este poeta hindú universal expone sus pensamientos y sentimiento me hizo dar vida a la frase y servirme para que cada día, el contacto con los alumnos, me los tomara como un reto, como una nueva aventura, como una fuente de reflexión sobre la experiencia de cada jornada.
Años más tarde completé la frase de Tagore con algo que también me pareció significativo para dar calidad a mi trabajo. La nueva frase podría expresarse así: “Deseo pasar por los caminos de mi vida como si
fuera la primera y la última vez”. Pasar como si fuera la última vez te insta a realizar tu tarea con el máximo
esmero y responsabilidad, sintiéndote satisfecho de ti mismo: preparar los temas no sólo en sus contenidos sino en las formas de exposición y comunicación, en las posibles aplicaciones a la realidad socieducativa.
Pues bien, esto que puede ser útil a lo largo de la profesión, cobra especial significación en el momento actual. Me dispongo afrontar este curso, el último de mi carrera profesional, como la primera vez: con novedad, con ilusión, con disposición a la sorpresa original y creativa de los alumnos, recordando que nunca un curso es igual a otro. Y lo afronto, también como la última vez: con previsión de la mayor eficacia, con disposición a disfrutar al máximo de la sorpresiva originalidad de mis alumnos, de la participación con mis compañeros de docencia, con entrega a la reflexión científica y difusión de los contenidos que pueden repercutir en beneficio del entorno social y humano en que me muevo.
Cuando paso por los pasillos para llegar a mi tutoría, veo las aulas vacías, sin vida. ¡Qué diferencia de
cuando están llenas y en los pasillos pululan murmullos de conversaciones, risas, expresiones verbales y gestuales jóvenes! Las aulas vacías son como los libros olvidados en la librería. Como dice Saramago – otro premio Nobel que vive entre nosotros – “al libro le da vida el lector”, a las aulas le dan vida los alumnos y los profesores cuando interactúan con objetivos comunes, nobles: la formación a través del conocimiento científico.
Con la imagen todavía viva de mi primera aula, hace cincuenta años, y la realidad de la última de este curso,
espero satisfacer uno de mis objetivos personales y profesionales “pasar por los caminos de la vida como la
primera y la última vez”

Garrido Landívar, Jesús (2010) “Las ranas y el efecto Pigmalión.” 43 relatos para una escuela y una sociedad inclusivas.” Editorial Grao Barcelona España

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