Lo valioso de ser enseñado
Lic. Jorge Fasce
Profesor en Ciencias de la Educación
En la nota de hoy, intentaré describir las características éticamente
valiosas que deben tener los contenidos a enseñar y qué es lo valioso de ser
enseñado.
“Enseñar bien” desde un correcto punto de vista técnico, fundado en
sólidas bases científicas es necesario e indispensable pero no suficiente para
obtener resultados significativos para los alumnos en lo personal y para el
bienestar social en general.
La tarea de enseñar, el proceso de aprender y los contenidos a trabajar
deben estar “guiados por los valores de vida, libertad, bien, verdad, paz,
solidaridad, tolerancia, igualdad y justicia” (artículo VI de la Ley Federal de
Educación, en los C.B.C. para la E.G.B.; Cap. Formación ética y ciudadana; pag.
331; M. de C. y E. de la Nación; segunda
edición, 1995).
Tampoco basta con “estar guiados” por esos valores, todo el trabajo de
la escuela y todas las actitudes del personal deben buscar orientar a los
alumnos hacia ellos y más aún: todas las conductas docentes deben responder a
ellos, deben ser hechos “con y en ellos” (con y en dichos valores).
Cuando uno se “mete” con estos temas corre el riesgo de caer fácilmente
en el discurso del “deber ser” alejado
de la realidad y de la cotidianeidad y empieza a sentir que uno mismo y los
lectores estamos fatigados de discursos filosóficos ineficaces para entender y
resolver las acuciantes demandas de cada día. Pero esto es casi inevitable, ya
que entramos en el campo de los fines y de la ética, sin embargo: valores,
ética y fines – su presencia o su ausencia- atraviesan cada momento de nuestra
labor en la escuela y por lo tanto, los
vamos a encontrar en cada lugar, en cada instante y en cada acto de enseñanza
apenas los busquemos un poquito y cada lugar, cada instante y cada acto deben
ser pensados y vivenciados con ellos si queremos que nuestro trabajo tenga
sentido para nuestros alumnos, su
comunidad y nuestra sociedad.
En la primera nota de esta serie, dije que la escuela argentina y sus
docentes ejercitan a diario valores como la solidaridad, la honestidad, el estudio, el esfuerzo, el
trabajo, el compromiso y la participación. Y lo destaqué como patrimonio de
nuestras instituciones, de su trabajo y de su historia, que deben ser
conservados. Este ejercicio cotidiano y constante de lo “valioso” es un
material de enseñanza que conforma un clima que los alumnos van aprendiendo
porque lo viven. La escuela no está sola en esta tarea: las familias, los
buenos medios de comunicación, los clubes, las sociedades barriales, las
iglesias hacen lo suyo en esta dirección.
Pero también advertí que la escuela suele tener, en su propio interior,
islotes, vetas, vestigios de paternalismo, autoritarismo, individualismo,
egoísmo, competencia impiadosa, formalismos vacuos, trabajos no significativos,
esfuerzos infecundos y rutinas empobrecedoras que deben ser encontrados,
reconocidos, problematizados allí donde se encuentren y transformados en
posibilidades de enseñanzas y aprendizajes valiosos. También las dificultades
que se dan en la vida familiar, la circulación de contra-valores en los medios
de comunicación, las desigualdades en el desarrollo económico, las transformaciones
no siempre beneficiosas del medio natural configuran una sociedad cambiante,
compleja, difícil de ser vivida, muchas veces contradictoria y otras más
contrapuesta a la labor valiosa, valorativa y valorizante de la escuela.
La relación de la escuela con una sociedad con tendencia a ser cada vez más fragmentada, más desigual,
más individualista, más impiadosamente competitiva, más materialista, más
consumista, más agresiva, más violenta, más destructiva, más de vivir el
presente despiadado del instante (desconsiderando al pasado y al futuro) es una
relación dramáticamente difícil que puede adoptar (de hecho adopta) algunas
formas sanas y otras no convenientes: la escuela puede someterse ante la
realidad y declararse impotente, paralizada y recluirse en un accionar vano de
rutinas y formalismos. Puede sobrevalorarse, sentirse omnipotente, caer en una
visión egocéntrica de sí misma, negando la influencia del entorno y terminando
en un accionar ineficaz como todo aquel basado en la ceguera autorreferente de la
omnipotencia. Puede dilatar los contactos temerosa de un encuentro que es
difícil, complejo, conflictivo y peligroso pero que podría ser apasionante,
enriquecedor, valioso para ella y para el entorno y empobrecerse en la
prolongada evitación del riesgo vivificante (que da vida) de la relación o
puede arriesgarse (correr el riesgo, sí) de encararla (pensar con las familias
las formas de educación de sus hijos, analizar críticamente en las clases las
propuestas y los mensajes de los medios masivos de comunicación, reflexionar
con los jóvenes sobre las normas de convivencia de los grupos en los que
participan, juntarse con las varias instituciones de la comunidad para idear
proyectos conjuntos) y problematizarla, intentando modificarse y modificarla.
Asumiendo una tarea muy difícil, pero la única que puede enriquecerla y hacer apasionarse a las personas que
enseñan, aprenden, trabajan y viven en su seno.
En el párrafo anterior he hablado de las potencialidades y posibilidades
actuales y reales de la escuela para enseñar lo valioso y de la colaboración
que puede hallar en diversos sectores de la comunidad, también sobre sus
propias dificultades y obstáculos así como de los que le puede presentar la
realidad circundante. Es en el reconocimiento, la reflexión y el trabajo con esas capacidades y esos inconvenientes
donde se halla el camino hacia una enseñanza significativa y valiosa.
Sólo reflexionando, actuando, cuestionando, cuestionándose, haciendo,
corriendo riesgos, sintiéndose (y siendo) POTENTE (no impotente ni omnipotente)
es como cada escuela puede ser valiosa, puede acrecentar su autoestima y puede
“sentirse bien”. Pero esto mismo le pasa
a cada docente: sólo sintiéndose auténticamente protagonista puede superar las
enormes dificultades de su tarea, la falta de reconocimiento, la crítica muchas
veces infundada e injusta. Sólo siendo actor puede llegar a empezar a
“bancarse” el riesgo del cambio y el placer de la tarea gratificante. Para los
alumnos también es la única manera de motivarse. Hace unos meses, me decía un
sagaz profesor de historia: “hay una sola manera de interesar auténticamente a
los alumnos en el aprendizaje de historia dentro de una cultura que ha
decretado el reinado absoluto del puro presente (una cultura que no considera
el pasado ni el futuro) y es empezar por plantearles este problema a ellos, que
éste sea el contenido primero, primigenio y privilegiado de la enseñanza,
hacerlos protagonistas del problema, hacerles sentir que pueden pensar sobre
ello, que son capaces de que ESE sea SU problema”. En síntesis: que sean
activos sujetos de su aprendizaje, que sientan que valen, que el docente cree
en su capacidad y que trabajen con ella. Hay una sola manera: hacer sentir y
vivir al alumno que creemos en él como
actor decisivo de su propio proceso de aprendizaje y lo acompañamos durante su
desarrollo.
En síntesis, lo valioso de ser
enseñado son aquellos contenidos conceptuales, procedimentales y actitudinales
que resulten significativos para el alumno en lo cognitivo (porque posee conocimientos
previos sobre el tema y estructuras y procedimientos intelectuales para
apropiarse de los nuevos aprendizajes) y en lo personal (porque convocan su
auténtica participación, su intensa acción intelectual, afectiva y valorativa –
y corporal cuando corresponda – reforzando su autoestima, su autonomía y su
solidaridad). Que transmiten valores en un clima áulico e institucional que los
ejercita durante un proceso en el que el alumno se informa, reflexiona,
dialoga, discute, escucha, lee, escribe, inventa, repite, duda, se apasiona, se
enoja, goza, se aburre, sufre, observa, investiga, descubre, trabajando con
todos sus compañeros, en pequeños grupos o individualmente, potenciando sus
posibilidades y luchando con sus dificultades. Orientado por un docente, por un
equipo docente en realidad, que planifica y diseña la enseñanza, informa;
coordina la temática, la tarea y la dinámica del grupo y de cada alumno;
observa, escucha, dialoga, supervisa, orienta, corrige, duda, se apasiona, se
enoja, goza, se aburre, sufre, evalúa potenciando sus posibilidades y luchando
con sus dificultades (no es una mera repetición por descuido o por error de
estilo) en una institución que planifica, reflexiona, se abre, se evalúa, se
relaciona con otras instituciones, potenciando sus posibilidades y luchando con
sus dificultades. Insisto: no es esto
una mera repetición por descuido o por error de estilo sino la única forma de
que tanto esfuerzo VALGA
para cada alumno, para cada docente, para la propia institución y para la comunidad.
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